Celebrado el tercer Concurso de Microrrelatos de Terror de Montellano

Certamen organizado desde el Área de Juventud del Ayuntamiento

El Área de Juventud del Ayuntamiento de Montellano ha organizado el III Concurso de Microrrelatos de Terror con motivo de Halloween. El pasado martes, las concejala María Martínez acompañada por la técnico de Juventud Esperanza Morales, hicieron entrega a las ganadores y ganador de los premios en cada una de las dos categorías: unos vales de 100€ y 50€ para primero y segundo, respectivamente, a canjear en papelerías del pueblo.

A continuación os dejamos con los terroríficos relatos agraciados.

Enhorabuena a los jóvenes premiados y agradecer a todas y todos los participantes sus aportaciones.

 


 

CATEGORÍA 1 (de 14 a 17 años)

PRIMER PREMIO: Laura Cabrera Garrocho

La llamada nocturna

Eran de madrugada cuando sonó el teléfono. Clarice se despertó sobresaltada. Miró la
pantalla: ’Número desconocido’.

Su primera reacción fue ignorarlo pero sabía que no era normal recibir una llamada a esa
hora, y menos de un número que no conocía.

Con un suspiro, no le quedó de otra que contestar: ‘’¿Hola?’’, murmuró, con voz ronca por el
sueño interrumpido.

Nadie respondió al otro lado: ‘’¿Hola?’’, repitió, esta vez más fuerte, pero seguían sin
contestar.

Un escalofrío recorrió su cuerpo: ‘’¿Quién eres?’’, dijo intentando controlar los nervios.

De repente, una voz áspera y distorsionada respondió: ‘’Aquí estoy’’.

Clarice sintió muchísimo miedo: ‘’¿Qué?’’ tartamudeó, incapaz de procesar lo que acababa
de oír.

‘’Estoy aquí’’ repitió esa voz.

Colgó de inmediato, su cuerpo temblando. Intentó tranquilizarse, pensando que todo era una
broma de alguien. Sin embargo, algo en esa voz había sido tan real que perdió los nervios.

Miró alrededor, todo parecía estar en su sitio. La sensación de ser observada no desaparecía.
Pasaron unos minutos cuando el teléfono sonó de nuevo.

El mismo número desconocido.
Clarice decidió no contestar. Lo dejó sonar hasta que la llamada finalizó. Unos minutos
después, le llegó un mensaje de texto.

Temblando, desbloqueó el teléfono: ‘’Mirame’’.

El corazón de Clarice se paralizó. Al mirarse al espejo, sintió que algo no iba bien. Trató de
mirar más cerca, entrecerrando los ojos. Y entonces lo vió.

Detrás de ella, en el reflejo, una figura oscura estaba de pie en la esquina de su habitación. Al
girar su cabeza, no había nadie.

Con el corazón desbocado, volvió a mirar el espejo, y ahí estaba de nuevo: la figura oscura.
El pánico la invadió, quiso tapar el espejo con una manta y entonces, la figura empezó a
avanzar.

Clarice gritó y salió corriendo. Respiraba con dificultad, pero le era imposible calmarse.
¿Había imaginado todo? ¿Era posible que la mezcla de sueño y miedo hayan montado un
engaño?.

Su teléfono vibró de nuevo en su mano, otro mensaje.

‘’Ya te ví’’

Presa del pánico, decidió marcharse de su casa. El aire de la noche la golpeó, pero seguía con
la sensación de estar observada.

Desde la calle, vió las ventanas de su habitación. Algo en ellas la hizo detenerse. En una de
las ventanas, la figura que había visto en el espejo estaba mirando afuera, directamente a ella.

Retrocedió lentamente, sin apartar la vista de la ventana. Entonces, la figura la señaló.

Un nuevo mensaje llegó: ‘’Corre antes de que te atrape’’.

Clarice corrió hacia la casa de su vecino. Mientras corría, un pensamiento cruzó por su
mente: si la figura estaba dentro de su habitación, observándola desde su ventana, ¿quién
había hecho las llamadas y había escrito esos mensajes?

Clarice corrió hacia la casa de su vecino, Paco. Golpeó la puerta con desesperación, y cuando
su vecino abrió, lo único que vio fue preocupación en su rostro.

“¿Clarice? ¿Qué te sucede?”, preguntó él, dejándola entrar. Ella apenas podía hablar. “Una
llamada...había una sombra en casa...”, murmuró, sintiendo que el aire se le escapaba de los
pulmones.

“Llamaré a la policía”, dijo Paco, y mientras lo hacía, Clarice no podía evitar mirar a su
alrededor, como si la oscuridad se hubiera alargado.
Mientras Paco buscaba el número de la policía, el teléfono de Clarice vibró sobre la mesa. El
mismo número desconocido.
Su corazón se detuvo por un instante. El mensaje era confuso: ‘’Ya te tengo aquí’’.
Clarice sintió un escalofrío. En ese momento el aire se volvió pesado. Fue como si la
oscuridad se hubiera deslizado dentro de la casa. Paco se inclinó hacia ella“No tienes que
asustarte, Clarice. Aquí estás a salvo. Ya te vi”.
Esas palabras resonaron en su mente. La imagen de la figura oscura en el espejo regresó a su
memoria. ¿Era él? Sin pensarlo, se levantó de un salto. “Creo que debería volver a casa”,
balbuceó.
“No te preocupes, todo estará bien”, dijo él con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
“¿Qué era la sombra de mi cuarto?”, preguntó Clarice con voz temblorosa. Su corazón latía
con fuerza.
“No sé de qué hablas”, respondió Paco, frunciendo el ceño. Había algo en su voz, una
suavidad que ocultaba un filo de peligro.
Antes de que pudiera reaccionar, él se acercó y, con un movimiento rápido, la agarró por el
brazo. Clarice intentó zafarse, pero su agarre era fuerte. “Ven, es mejor que no hables de eso”,
En un abrir y cerrar de ojos, la oscuridad se tragó a Clarice, llevándola a un lugar donde el
tiempo parecía detenerse.

Pasaron los días, y finalmente los meses. Clarice se encontró en una habitación oscura, con
una ventana que apenas dejaba entrar la luz. El mundo exterior era un recuerdo lejano. Paco
venía a verla de vez en cuando, siempre con esa sonrisa perturbadora, pero su mirada se había
vuelto más fría, como si la sombra que la había perseguido al principio ahora lo acechara a él.
Una noche, mientras intentaba dormir, algo la despertó. Abrió los ojos y vio la figura oscura
que había aparecido en su espejo. Estaba de pie, inmóvil, con un aire de amenaza que la
paralizó. Su corazón latía con fuerza, pero no podía moverse.
“¿Eres tú?”, murmuró Clarice, aunque sabía que no había respuesta. La figura no se movió,
pero el aire se volvió más denso.
La sombra empezó a avanzar hacia ella, borrosa, como si estuviera hecha de la oscuridad que
la rodeaba. Clarice quiso gritar, pero no pudo. La figura se acercó más y el miedo se apoderó
de ella, paralizándola en su lugar.
Finalmente, la sombra con un movimiento rápido, la envolvió en su frío abrazo. Clarice sintió
un dolor agudo, y se dio cuenta de que la sombra estaba esperando el momento perfecto para
atacar.
A medida que moría, Clarice comprendió la verdad: la sombra no era un ser maligno, sino un
eco de todo el terror que había vivido. Mientras la oscuridad la tragaba, se dio cuenta de que
la sombra había estado siempre más cerca de lo que imaginaba. Su último aliento se perdió en
la noche, dejando solo silencio.

 


 

SEGUNDO PREMIO: Paula García de La Vega Cabezas

Cambios

Me he mudado a una casa encantada, o eso dicen. Pero, voy a empezar por el principio.

Hola, mi nombre es Rosa María, pero me podéis llamar Rosa. Soy una simple limpiadora de 32
años, que vive con su hijo de 6, Pablo.

La historia comienza cuando todo subió de precio: el alquiler, llenar el carrito de la compra...
Mis ahorros empezaron a reducirse y la “guinda del pastel” fue que me quedé en paro. En ese
momento solo tuve una opción, mudarme al pueblo de mis padres.

06/09/23
Por suerte, he encontrado una casa que se ajusta a mi presupuesto y lo mejor de todo, está a
unas pocas calles de la de mis padres. De esta manera, ellos podrán cuidar a Pablo cuando yo
no esté.

10/09/23
La mudanza se llevó a cabo en pocos días, tampoco tenemos tantas pertenencias, y en un
cerrar y abrir de ojos ya estamos instalados en nuestra nueva vivienda.

26/09/23
Estoy muy feliz con mi nuevo hogar; es espacioso y cuenta con un enorme jardín. Todo va
como de costumbre, bueno, todo menos los días que mi hijo regresa del colegio contando que
los chicos de su clase le han dicho que nuestra casa está embrujada. Realmente, no le presto
mucha atención, a pesar de ser una cosa que mis padres habían mencionado anteriormente.
Personalmente, no creo en los espíritus ni nada relacionado con ellos.

Con el transcurso de la semana, Pablo me iba contando su día a día. Nada fuera de lo común:
atendía a clases, jugaba con sus nuevos amigos... Sin embargo, algunos de sus amigos eran un
poco raros. Con esto no me quiero referir a niños con aspecto o intereses diferentes al resto, si no
a personas adultas de las que nunca había escuchado.

04/10/23
Mi hijo me ha dicho una cosa un tanto extraña:
- Mamá, nuestro jardinero es muy amable y me ha dicho que tenemos que ayudarle a
recoger las hojas del jardín.

Podría sonar como algo normal, pero no tenemos contratado a ningún tipo de jardinero. Esta
no es la primera vez que me pasa. En otra ocasión, me comentó:
- Mami, hoy una señora ha venido a verme a casa y me ha dicho que ella solía dormir en
mi habitación.

Lo cual era imposible, no había salido de casa en todo el día y nadie había entrado en ella.
Pablo me seguía contando historias similares. No le di mucha importancia al asunto, solo
pensé: “Son cosas normales de niños; serán sus amigos imaginarios”.

Con el paso de los días, noté como iban desapareciendo mis pertenencias. Primero un simple
paquete de galletas, luego una botella de aceite (cosa que me dolió mucho porque está muy
caro), un par de calcetines y numerosos objetos más. Un día decidí preguntarle a mi hijo. Éste
me respondió con total naturalidad:
- Ah, todas esas cosas las tiene Susana.

En ese mismo instante sentí un repugnante escalofrío por todo mi cuerpo.
- Susana, ¿quién es ella?
- La chica que vive en el sótano.
- ¿Quién?
- Sí mamá, la debes conocer. Lleva viviendo en casa desde hace tiempo.

Ese mismo día me armé de valor y fui al temido sótano. Allí encontré todas las cosas que habían
desaparecido, junto a un marco de fotos. En él aparecía una pareja de aspecto común junto a una
niña. Supuse que la pequeña sería ¿Susana? Un hecho extraño era que en aquel lugar de la casa
olía a ¿gasolina? Cosa muy rara ya que no tengo ningún vehículo de motor. Lo tuve que vender
para comprar la vivienda.

Los días pasaban, yo seguía investigando, principalmente online. Por suerte o por desgracia no
encontraba nada relevante. Decidí preguntar a los vecinos si sabían algo de los antiguos dueños
de la casa. Muchos respondieron que preferían no hablar del tema. Cada vez más inquieta me
preguntaba a mí misma : “¿Por qué sería eso?”

18/10/23
Sigo intrigada con el mismo tema. No obstante, tengo en mi cabeza otro asunto. Hoy empiezo
a trabajar de nuevo después de estar cuatro meses en paro. Me ha contratado una señora
mayor. Ya os voy contando como me va todo.

20/10/23
Vale, mi nueva jefa quizás es medio bruja. Me ha contado cosas sobre mí que nadie sabe. Me
sentí aterrorizada, pero lo único que se me ocurrió preguntarle era si sabía algo de los antiguos
propietarios de mi casa. Ella respondió con tranquilidad:
- Eran una familia trabajadora, el padre era jardinero, la madre ama de casa y una hija de
edad similar a la de su hijo. Creo recordar que se llamaba Susana. Ellos murieron en un
accidente de coche.

Ahora todo tiene sentido: las historias de mi hijo, el olor a gasolina, la fotografía...
Rápidamente he recogido a mi pequeño de la escuela, he llamado a la inmobiliaria y mientras
encuentro otro lugar para vivir me mudo a casa de mis padres.

Desgraciadamente, ni Rosa ni su hijo pueden contar esto. Después de vivir unos días con sus
padres, la mujer encontró un nuevo hogar, pero nunca llegaron. El taxi en el que viajaban chocó
contra un muro de piedra y todos los viajeros murieron en el acto.

En la casa “encantada” ahora vive otra familia. Sin embargo, ya no sólo la “habita” el jardinero,
la ama de casa y Susana. Si no también Rosa y Pablo.
LA HISTORIA SE REPITE...

 


 

CATEGORÍA 2 (de 18 a 25 años)

PRIMER PREMIO: Francisco Javier Gómez Valencia

La dama del lago

La noche se derrumbaba sobre los pinos con más frialdad que de costumbre. El quejido
árido de las ramas avisaba que la escarcha cada vez invadía más terreno dentro de ese
infierno gélido. Pocos otoños habían sido más fríos que el de aquel año que introducía
la década de los 70’ donde el hambre y el futuro de la dictadura marcaban el diálogo
popular.

Entre ese caldo de revolución, Sebastián salía como cada madrugada con su escopeta
semiautomática, de las primeras que fabricó la marca Benelli, en busca de alguna presa
que llenara el estómago de su familia. Mientras se adentraba en la serranía en busca de
un claro dónde encontrar jabalíes en lo que colocaba perchas que sellaran el futuro de
un buen puñado de pájaros notó algo. Al lado de un sendero de albero que llegaba hasta
la alberca de las caleras quedaban dispuestas unas huellas de barro en dirección hacia la
profundidad de la maleza.

No parecía posible, eran las 4 de la madrugada y no consideraba haber nadie más por la
zona, él había subido por las calles Arroyo y San José y en ninguna encontró una sola
alma. A Sebastián se le erizaron los vellos del brazo al darse cuenta de que no estaba
solo entre la oscuridad, pero obvió que sería un compañero cazador y continuó su
camino casualmente paralelo al de las pisadas.

En ese momento divisó algo espeluznante. Las huellas se habían convertido en un rastro
serpenteante al compás de que el terreno iba mezclándose con un rojo granate que le
daba a la arena un aspecto color ladrillo. Era un rastro de sangre. Olía fuerte, como si la
misma sangre gimiera de dolor al ver al testigo de aquel crimen.

– Será un jabato joven que ha caído en una trampa. – Efectivamente pensó el cazador.
Así que decidió seguir el rastro a ver si, con suerte, podía terminar de rematar a la
presunta bestia lacerada.

Tras unos 20 minutos andando casi a ciegas llegó a un pequeño claro, más no una
dehesa, sino más bien una pequeña zona sin densidad dentro del soto donde la neblina
vespertina era más densa. No reconocía ese lugar, pero algo le llamó la atención. En su

centro se ocultaba entre el palmito un notable agujero que, si bien era algo grande y
deforme, tenía aspecto de pozo y finalizaba en él el trazo de sangre.

– Parece que la criatura ha venido a morir a un charco de agua. – Ideó el hombre
mientras forzaba la vista buscando el cuerpo entre las palmas.

Movido por un halo de fascinación, Sebastián aligeró sus pasos hasta aproximarse al
hoyo, pero cuando sus pies se aparejaron en el sitio, cayó en la cuenta de lo que estaba
pisando y se horrorizó. Era un puñado de huesos, ¡qué digo un puñado! A montones, de
toda clase de criaturas. Algunos frescos, otros triturados. Cráneos gigantes cuyas
mandíbulas habían sido estranguladas o costillas minúsculas perfectamente peladas sin
dejar un solo rasguño y todo ello girando en torno a aquel socavón cuyo fondo era
imposible de divisar. ¿Qué clase de bestia podría ser capaz de algo semejante?

Mientras que el trampero presenciaba la monstruosa estampa, parecía acercarse algo
entre la aspereza. La niebla se había vuelto cada vez más espesa, hasta el punto de no
poder ver qué ni por dónde se acercaba. Sebastián, preso del pánico, sin saber ordenar
en su angustiada mente qué estaba pasando, solo supo apuntar con su escopeta en todas
direcciones creando un quejido al romper los huesos del suelo que se combinaba con el
que iba dejando atrás lo que fuera que se estaba aproximando. El ruido de ambos iba
siendo más y más fuerte hasta que de pronto, se hizo el silencio. Aquel lamento de
pánico solo se detuvo cuando él lo hizo, sabía que la criatura estaba detrás suya, la
escuchaba respirar.

No era capaz de girar la cara, pero eso no fue problema, una mano esquelética cuyas
uñas afiladas como cuchillas arañaban su mentón la giró por él. Era una monstruosidad
quimérica de cuerpo aberrante que entremezclaba la figura de una mujer con el cuerpo
de un pez. La cola escamosa de lagarto chocaba rompedoramente con su bella cara
recubierta de sangre que lo observaba atento de forma lasciva. Le podía el morbo de
verlo aterrado, le encantaba.

No tuvo oportunidad cuando la arpía lo envolvió chocando cuerpo con cuerpo, hasta que
notó el frío húmedo que la cubría calando en sus entrañas y congelándole el alma. Fue

entonces cuando se escuchó un disparo al aire, en torno a las 5 de la mañana, dicen los
ancianos.

En los años posteriores, desapareció más gente en las proximidades de la sierra. Un par
de niños que se bañaron en la alberca una tarde de tormenta, el mismo día que la riada
rompió la pared del gaseosero. Otro par de senderistas franceses y un guarda forestal. A
día de hoy, no se sabe qué pasó con esas personas ni hubo interés por parte de las
autoridades en llegar al fondo del asunto, se echó la culpa al mal clima o a los lobos
según qué caso.

En cuanto al pozo, permanece oculto entre los páramos, sin embargo, cuenta la leyenda
que puede ser encontrado en la noche, adentrándote en lo negro siguiendo el sonido de
las lechuzas y los búhos, que desde hace décadas gritan de espanto sin saber bien que
dicen sus hermanos, sordos de aquel tiro que pegó Sebastián, más no te acerques
mucho, porque si escuchas a la sirena cantar su fúnebre réquiem probablemente no
vivas para ver otro amanecer.


 

SEGUNDO PREMIO: Carmen Expósito Pérez

¿Todas las leyendas son ciertas?

«...Como dijimos, el pequeño duendecillo hace su aparición a través de las puertas y
las ventanas de las casas de sus víctimas, las cuales atraviesa como una sombra. Su
propósito es atormentarlas mostrándoles una versión terrorífica de aquello que más anhelan.
Según dicen, la única forma de protegerse de los Ingumas, así llamados, es mediante un
canto tradicional...»
Había escuchado aquella conversación entre el sueño y la vigilia, mientras intentaba
que mis músculos reaccionaran, sin éxito. Apenas había dormido durante la semana y estaba
pagándolo en ese momento.
Sin embargo, aquella cancioncilla logró sacarme del estupor.
¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
Lo último que recordaba era comenzar a ver lo único que habíamos encontrado sobre
los Ingumas: un capítulo antiguo de Cuarto Milenio, que quizás no fuera la fuente más fiable
de información, pero manteníamos la esperanza de que nos ayudara a descifrar alguna de las
anotaciones de María, pues seguíamos sin saber cómo aquellos seres mitológicos podrían
haberle ayudado en la búsqueda de su padre.
Un fugaz movimiento procedente de la periferia izquierda de mi campo de visión hizo
que me incorporara de golpe en la cama y que mirase hacia aquella dirección, en el momento
preciso para ver una sombra oscura moverse.
— ¿Qué narices?
— ¿Lorena, cuánto tiempo hemos perdido? — Fue lo primero que Hugo preguntó al
despertar —. ¿Cómo he podido dormirme?
Su tono de voz destilaba reproche y dureza hacia sí mismo.
Llevábamos todo el verano intentando encontrar a María, la mejor amiga de la
infancia de Hugo, quien repentinamente había desaparecido dos años atrás. Aunque la policía
había cesado en su búsqueda al alegar que había sido una marcha voluntaria, las anotaciones
de su cuaderno, nos hacían pensar lo contrario.
— Hugo, no pasa nada. No ha sido tanto tiempo.
— ¿Cómo que no pasa nada? Llevamos una semana atascados en esto.
— Lo sé. No eres el único... — Aquella sombra humanoide volvió a cruzar por la
ventana, quedándose esta vez en la ventana — ¡Otra vez! ¿Lo has visto?
— ¿Qué pasa? —. Hugo parecía desconcertado. No lo culpaba.
— ¡Dime que lo has visto!
— ¿Ver qué?

— Hay algo que no para de cruzar por la ventana —. Expliqué.
— Será un gato.
Eso sonaba lógico. Yo misma había intentado convencerme de ello. Pero había algo
más.
Lo sabía.
Desde que había despertado, sentía una especie de cosquilleo en la nuca que no era
normal.
— No me da buena espina. ¿No notas eso? — Debía estar sonando como una loca.
— ¿Podrías ser algo más precisa? — Sonrió de medio lado.
Otra vez ese sonido.
— Lore, debe haber sido un gato. Tranquila. Llevamos una semana leyendo
exclusivamente sobre seres sobrenaturales, es normal que te estés sugestionando—. Se asomó
a la ventana, miró hacia los lados y volvió a cerrarla —. ¿Ves?, no hay nada.
Aquella sombra no estaba.
¿Me lo habría imaginado todo?
Y aunque seguía notando ese cosquilleo, me obligué a ignorarlo. Tenía que estar
paranoica. Levanté la cabeza, dispuesta a enfrentarme a su momento de «yo tenía razón y tú
no», pero lo que vi al hacerlo me dejó paralizada.
Ella.
No podía ser.
Definitivamente, tenía que estar delirando.
— Hugo. Date. La. Vuelta —. Ordené sin despegar los ojos de ella.
Debió notar la urgencia en mi voz, porque se giró sin protestar y, por su reacción al
hacerlo, supe que no debía de estar tan loca como creía.
¿Cómo era siquiera posible?
Algo estaba mal con todo ello. Y no era solo por estar viendo a alguien que llevaba
desaparecida dos años. No, era que había algo extraño en ella: en su postura antinatural, en su
mirada, en aquella macabra sonrisa...
— María, ¿eres tú? — Intentó sonar tranquilizador.
Ella, aquella cosa, ni siquiera reaccionó.
— ¿Cómo has entrado? — El tono en la voz de Hugo denota que los dos habíamos
pensado lo mismo.
Se mantuvo en silencio.
Hugo intentó avanzar hacia ella, pero no pudo dar ni un paso.

— Lore —. Me llamó — No me gusta nada.
¿Y si...?
No, aquello era imposible. Los Ingumas no existían en realidad.
¿No?
— Pero, ¿quién es? Porque María desde luego que no.
— ¿Y si la pregunta no es «quién», sino «qué»?
No sabía si sentirme aliviada o no de que ambos hubiéramos pensado lo mismo.
Aunque tampoco tuve demasiado tiempo para deliberarlo, pues aquel cosquilleo se intensificó
hasta volverse doloroso y me impidió pensar en nada más.
Hugo, a pesar del dolor que notablemente también estaba sintiendo, logró coger la
enciclopedia mitológica que habíamos estado consultado y se la lanzó con fuerza, intentando
que parara de hacer lo que fuera que estuviera haciendo. Pero, al alcanzarla, esta la traspasó.
La traspasó.
— ¿Y si saliéramos por la ventana? — Pregunté.
Aquello enfureció y divirtió a la criatura a partes iguales, cuya réplica no tardó en
llegar en forma de una intensa presión en el pecho que me dejó sin aire y que me impedía
volver a cogerlo. Miré a Hugo en busca de ayuda, pero estábamos igual los dos.
Estábamos ahogándonos y a aquel ser parecía divertirle. El miedo se apoderó de cada
resquicio de mi cuerpo y como medida desesperada, intenté alcanzarlo. Pero, cuando estaba
solo a un par de pasos, me desvanecí en el suelo.
Me desperté sobresaltada. Miré alrededor: volvía a estar en mi cama y en mi cuarto.
Lo había soñado.
— Hugo, nos hemos dormido.
Le lancé un cojín para despertarlo, y al hacerlo, pareció estar tan desorientado como
yo.
— He tenido un sueño rarísimo —. Me reí de forma casi histriónica. — Estábamos
aquí, nos habíamos quedado dormidos y...
— Y... había un Inguma —. Terminó la frase por mí.
— ¿Cómo...?
— Lore —. Me llamó con una seriedad impropia en él. — ¿En tu sueño estaba yo? —
Asentí. — ¿Y le lanzaba una enciclopedia a María? — Volví a asentir.
— Hugo, me estás asustando.
— Mira —. Señaló hacia el lugar donde había tirado en mi sueño la enciclopedia.
Estaba ahí.

En ese instante, algo volvió a corretear por el tejado, aunque esta vez se escuchó
cómo golpeaba el suelo al caer y salía corriendo hasta que sus pasos se perdieron en el
silencio nocturno.